Érase
una vez un león que, asustado, estaba todo el día oculto en una cueva en la
sabana, lejos de su manada original. Es cierto que el león no conocía su
fortaleza, y tal vez ése era el motivo de que temiese al mundo. Quizá no estaba
hecho para ser un león, como de cachorro le dijo más de una vez su madre. Nunca
sería un buen líder, y no merecía estar con otros de su clase. Mejor estar
solo, sí, donde nadie fuese capaz de hacerle más daño, eso se decía mientras
roía un hueso al que hacía mucho que no le quedaba ni rastro de carne.
Su
estómago rugió, ante lo que cerró los ojos con fastidio. No tenía ganas de
buscar alimento, aunque no hacerlo significase la muerte. Quizá lo mejor era
que muriese. Total, nadie le echaría de menos, nadie lloraría su muerte.
Absorto
en sus recuerdos, le costó darse cuenta de los sollozos en la entrada de su
caverna. Levantó la mirada con curiosidad. Un cachorro. Se acercó a él,
tratando de no ser demasiado intimidante. La incredulidad se coló en su voz
cuando habló:
-¿Cómo has llegado hasta
aquí?
El
leoncillo sorbió sus lágrimas antes de contestarle.
-No la encuentro…
-¿A quién?
-A mi mamá. -Intentó explicarse. -Me dijo que íbamos a hacer
una excursión, nosotros solos. Cerca de aquí, decidió jugar a un juego, así que
tuve que cerrar los ojos y contar hasta cien. Luego tenía que buscarla, y
entonces nos iríamos a cazar y comeríamos algo. -Su
boca se curvó ligeramente en una sonrisa.-
No sé cazar aún, y mamá es la mejor y me iba a enseñar hoy -la sonrisa se borró- o lo iba a hacer. No
está. La he buscado en toda la zona, llevo casi medio día buscándola. ¿Tú la
has visto?
El
león solitario negó con la cabeza. Hacía meses que no veía a otro ser vivo,
mucho menos a una leona. Leones como él solo eran un estorbo. Miró al inquieto
cachorro, con una ligera idea de lo que había ocurrido. Si tenía razón, la
verdad no iba a gustarle.
-¿Y si mamá no me
encuentra? No sé dónde está nuestra casa, no tengo tanta orientación… ¿Cómo va
a encontrarme? Nunca volveré a verla, nunca voy a regresar, que vuelva es lo
único que me sacaría de aquí. -Le
miró, con los ojos todavía llorosos.-
Va a volver, ¿verdad?
En
el fondo, el cachorro conocía la respuesta, y al hacerse consciente de ella se
echó a llorar. Ya nada conseguiría intentando ser fuerte ante aquel gran león.
Estaba solo, y jamás llegaría a adulto. No le quedaban energías.
No
se resistió cuando el león le cogió de la nuca y le llevó a la parte más cálida
de la cueva. No escuchó lo que le dijo antes de marcharse, mas decidió no
moverse y abrazar la dulce serenidad de la inconsciencia. Así estuvo, hasta que
notó que le zarandeaban y abrió los ojos.
El
león había vuelto, y le había dejado delante algo de comida. Un gran rugido
salió de su estómago, y el cachorro se lanzó a comer sin darse ni un momento de
reflexión.
-No sé cuándo volverá -mintió el león, mirando al
jovencito hambriento mientras hablaba.- Hasta entonces, yo te cuidaré. Vas a ser un
adulto antes de lo que crees, uno mucho más grande y fuerte que yo. Te lo
aseguro.
El
cachorro levantó la mirada un instante. Entonces, se acercó mucho a él,
rozándole con la cabeza y ronroneando.
Así
fue como aquel león solitario encontró su fuerza, dejó de temer al mundo y
comenzó a sonreírle al mañana.