domingo, 22 de enero de 2017

El león y la cueva.

Érase una vez un león que, asustado, estaba todo el día oculto en una cueva en la sabana, lejos de su manada original. Es cierto que el león no conocía su fortaleza, y tal vez ése era el motivo de que temiese al mundo. Quizá no estaba hecho para ser un león, como de cachorro le dijo más de una vez su madre. Nunca sería un buen líder, y no merecía estar con otros de su clase. Mejor estar solo, sí, donde nadie fuese capaz de hacerle más daño, eso se decía mientras roía un hueso al que hacía mucho que no le quedaba ni rastro de carne. 
Su estómago rugió, ante lo que cerró los ojos con fastidio. No tenía ganas de buscar alimento, aunque no hacerlo significase la muerte. Quizá lo mejor era que muriese. Total, nadie le echaría de menos, nadie lloraría su muerte.

Absorto en sus recuerdos, le costó darse cuenta de los sollozos en la entrada de su caverna. Levantó la mirada con curiosidad. Un cachorro. Se acercó a él, tratando de no ser demasiado intimidante. La incredulidad se coló en su voz cuando habló:

-¿Cómo has llegado hasta aquí?

El leoncillo sorbió sus lágrimas antes de contestarle.

-No la encuentro…
-¿A quién?
-A mi mamá. -Intentó explicarse. -Me dijo que íbamos a hacer una excursión, nosotros solos. Cerca de aquí, decidió jugar a un juego, así que tuve que cerrar los ojos y contar hasta cien. Luego tenía que buscarla, y entonces nos iríamos a cazar y comeríamos algo. -Su boca se curvó ligeramente en una sonrisa.- No sé cazar aún, y mamá es la mejor y me iba a enseñar hoy -la sonrisa se borró- o lo iba a hacer. No está. La he buscado en toda la zona, llevo casi medio día buscándola. ¿Tú la has visto?

El león solitario negó con la cabeza. Hacía meses que no veía a otro ser vivo, mucho menos a una leona. Leones como él solo eran un estorbo. Miró al inquieto cachorro, con una ligera idea de lo que había ocurrido. Si tenía razón, la verdad no iba a gustarle.

-¿Y si mamá no me encuentra? No sé dónde está nuestra casa, no tengo tanta orientación… ¿Cómo va a encontrarme? Nunca volveré a verla, nunca voy a regresar, que vuelva es lo único que me sacaría de aquí. -Le miró, con los ojos todavía llorosos.- Va a volver, ¿verdad?

En el fondo, el cachorro conocía la respuesta, y al hacerse consciente de ella se echó a llorar. Ya nada conseguiría intentando ser fuerte ante aquel gran león. Estaba solo, y jamás llegaría a adulto. No le quedaban energías.

No se resistió cuando el león le cogió de la nuca y le llevó a la parte más cálida de la cueva. No escuchó lo que le dijo antes de marcharse, mas decidió no moverse y abrazar la dulce serenidad de la inconsciencia. Así estuvo, hasta que notó que le zarandeaban y abrió los ojos.
El león había vuelto, y le había dejado delante algo de comida. Un gran rugido salió de su estómago, y el cachorro se lanzó a comer sin darse ni un momento de reflexión.

-No sé cuándo volverá -mintió el león, mirando al jovencito hambriento mientras hablaba.-  Hasta entonces, yo te cuidaré. Vas a ser un adulto antes de lo que crees, uno mucho más grande y fuerte que yo. Te lo aseguro.

El cachorro levantó la mirada un instante. Entonces, se acercó mucho a él, rozándole con la cabeza y ronroneando.


Así fue como aquel león solitario encontró su fuerza, dejó de temer al mundo y comenzó a sonreírle al mañana. 

lunes, 10 de octubre de 2016

El gatoleón

¿Ves a ese pequeño gatito? De pelaje pardo y ojos oscuros, medio oculto bajo aquel contenedor, que no nos pierde de vista. Algo comido por las pulgas y por el hambre, pero no por ello menos desafiante. ¿Le ves, verdad? 
Pues él siempre se creyó un león.

No es el primero. Conozco tantos otros que un día fueron como él… Lo peor de todo es que sé cómo acabará su historia, aunque la de ese gatito todavía vaya por el capítulo uno. Y es que no importa cuándo, pero al final se frustrará al descubrir que no es un león, que jamás lo fue. Será consciente de que jamás podrá hacer todo aquello que para los leones es tan sencillo como pestañear. Sencillamente descubrirá que no es capaz, y que nunca lo será.

Al menos esta es la historia habitual, la que ocurre en el noventa por ciento o más de las veces. No obstante, no es la única posible.
Y es que algunas veces, y sólo algunas, el gato acaba convertido en león.

Supongo que la confianza influye, sin llegar a ser lo principal. La realidad es más compleja y, a riesgo de que me tomes por alguien carente de juicio, voy a contártela.

Verás, existen extrañas mezclas en la naturaleza, que no nos parecen lógicas ni deberían ser posibles. Un artista las creó al principio de los tiempos, fruto de un capricho o de una necesidad, qué importa. Una de esas mezclas fue la de colocar corazones leoniles en cuerpos gatunos, y un corazón de tal calibre no necesita un cuerpo acorde para hacer cosas increíbles.

No, no hables, no es necesario. Sé qué me vas a preguntar antes de ver las palabras en tus labios. Querida criatura, lamento decirte que no sé ante qué caso estamos. No hay forma de saberlo, salvo ser ese gatito. Pero no temas. Él, un día, lo sabrá. ¿Nosotros? Nosotros sólo podemos desear que su caso se salga de la norma, porque el brillo de sus ojos no deja lugar a dudas de que estamos ante un ser excepcional.


En este mundo necesitamos más gatos que se crean leones, porque sólo ellos pueden llegar a serlo. 

martes, 30 de agosto de 2016

Sangre.

Te das la vuelta y te tropiezas con la vida. Esa vida que se siente incompleta, que se siente vacía, y sabes que tal vez nada lo solucione. El corazón no contiene más que sangre, pero la sangre no hierve, no grita, no llora, no corre. 
Anhelando lo que no tienes, anestesias tu cuerpo con las promesas que se esconden en el fondo de los vasos. Nada cambiará, pero prefieres ignorarlo. Todos sabemos mentir, pero sólo los verdaderos expertos logran engañarse a sí mismos. Felicidades.
Pese a todo, tus escudos son más frágiles que el cristal, y más pronto que tarde acabarán por romperse. Te clavarás los cristales, el dolor y las heridas serán aún mayores. No temas. Sólo entonces podrás recuperar las ilusiones que desaparecieron hace tanto tiempo. Sólo entonces podrás vivir, aunque para llegar a este punto tengas que desear más de una vez la muerte. 
Sólo entonces sentirás la sangre latir en tus arterias. Tu verdadera sangre, la que sabe a todo aquello que un día perdiste y que, cuando ese día llegue, volverá.


sábado, 26 de marzo de 2016

Papel mojado

A veces, y sólo a veces, siento que mi interior comienza a arder, y sé que si abriera la boca escupiría potentes llamaradas azuladas, destruyendo todo a mi paso como siempre quise hacer. 
En esos momentos me siento verdaderamente feliz.
Al menos lo hago hasta que la realidad apaga las llamas, igual que la lluvia convierte cualquier libro, por fuerte que sea, en poco más que papel mojado. 

Eso sí, hay una diferencia:
mi vida es menos útil que papel mojado.
¿Por qué?
Es simple: no hay forma de que se seque.  

domingo, 7 de febrero de 2016

1. Lucha

1. Escribe sobre un sueño o pesadilla que hayas tenido esta semana.

Supongo que tal vez le echo más de menos de lo que me gustaría admitir, y por eso recuerdo aquel sueño. No es lo habitual: mis sueños, tanto los buenos como los malos, prefieren quedarse a vivir en las tierras del olvido.
Recuerdo que el sol era agradable sin ser sofocante, y que nuestro hogar olía a hierba fresca y a flores. Por fin el lluvioso invierno se había retirado, el kraken del lago acabaría pronto su letargo y no se nos congelarían las manos sin guantes. Algún senderista despistado cruzaba por nuestro campamento con la consecuente estupefacción, como es comprensible. Yo también me quedaría a cuadros si en pleno siglo XXI viese un grupo como el nuestro, con las túnicas y las armas, luchando como si no hubiese nada más placentero. Entre nosotros, creo que pocas cosas se le pueden comparar.
 
Mientras escribo estas líneas contemplo mi espada al otro lado de la habitación. Al hacerlo, recuerdo todo, tanto lo vivido como lo soñado, y no puedo evitar sonreír.
Puedo ver la cara de la persona a la que quiero frente a mí, con un arma prestada por uno de mis compañeros, temeroso de luchar contra mí al principio, después soltándose poco a poco, llegando a disfrutarlo. Veo cómo mi sonrisa se ensancha hasta límites que últimamente había olvidado que tenía. Sé que todos se alegran de verme así de feliz, porque llevo tiempo sin serlo, tanto que algunos ni han conocido la alegría en mi rostro como norma y no como excepción.


Sí, no fue un sueño fuera de lo común, y no me importa. Lo bueno de estos sueños tan cotidianos, tan reales, es que al evocarlos vuelvo a sonreír, como ahora, pensando en el momento en que acabó el combate y sin soltar las armas le abracé y besé. 
Una pena que él esté ahora muy lejos y que nunca le hayan gustado nuestras bárbaras costumbres.
Aun así, no importa. Siempre podré soñar.